El teatro de los cuerpos
Pensar que los problemas de salud son sólo atribuibles al cuerpo físico, simplemente pone de manifiesto la costumbre de negar o minimizar los dolores del alma. La enfermedad, contrario a lo que se cree habitualmente, no ingresa a través del plano de lo físico. El primer quiebre,
la primera señal se manifiesta en niveles más sutiles. Comienza cuando dejamos de referenciarnos y comunicarnos con la idea del Universo y nos posicionamos en el centro de la atención, sintiéndonos dueños de la creación y génesis de las cosas.
Así suponemos que los problemas con nuestro cuerpo (físico) son meramente problemas del cuerpo. Y va a ser ese el terreno donde se exterioricen y pongan en juego nuestras dramáticas. Creemos erróneamente que, una vez que se resuelvan, todo lo demás va a seguir su
curso natural. Por eso es que cuando vamos pasando por los distintos Centros de Energía, desde el movimiento o el masaje, desde la dinámica grupal, siempre la intención está puesta en el Coronario, culminando la experiencia referenciándonos en la Fuerza de la Creación. Considerando al Ser como alguien que se desarrolla y transita su vida entre el Cielo y la Tierra y su manera de estar allí.
Ni bien comenzamos a tocar el tema de la Enfermedad en los seminarios, es común que algunos de los participantes del grupo comiencen a sentirse cansados, incómodos porque los almohadones les hacen doler la espalda, sienten frío, calor, dolor de cabeza, hambre, ganas de fumar un cigarrillo o de irse a la casa. La verdad es que el dolor que los trae, en definitiva, no es físico. Entonces… ¿Qué es?
Podríamos comenzar insinuando que tal vez sea la OBSESIÓN. Una buena forma de colocar en el freezer el dolor, que es la mejor manera de conservarlo intacto.
Basar nuestra vida en el drama, la infelicidad, el sufrimiento, la compulsión, la obsesión, puede resultarnos una buena coartada para lograr lo que deseamos de la manera en que lo aprendimos a hacer, para poder crecer en un medio poco saludable. Lo único que se encontró
como vehículo para protegerse del dolor fue dramatizarlo y actuarlo. Actuar la enfermedad y hasta la locura, la propia y la de los otros. Actuar la locura de nuestros padres, parejas, hijos, en lugar de verla y diferenciarnos de ella, es vivido como un acto de amor. Es tanto lo que los amamos que preferimos creer que somos nosotros los locos, antes de aceptar la locura de ellos.
Quejarnos cuando no tenemos trabajo y cuando lo tenemos, quejarnos porque estamos cansados de tanto trabajar.
La atención se centra en el drama y no en el dolor que lo provocó. Sin ese depósito de la tragedia sólo seríamos personas comunes, dedicadas a un trabajo, a la familia, amigos, personas solidarias. Pero parece que eso, el ser como somos, no es lo suficientemente bueno.
Si no llamamos la atención de alguna forma, aunque sea a riesgo de enfermar, nadie va a reparar ni ocuparse de nosotros. Es mas, nos veremos asistiendo a aquellos cuyas dramáticas sean mas dramáticas que las nuestras. ¿Quién va a interesarse en nosotros si estamos bien?
¡Debemos crear un motivo para ser amados! Si mi vida es aburrida, sana, sin tragedias, si no pasa todo por una urgencia, una cuestión de vida o muerte, si no me creo lo más importante del planeta… ¿Quién va a ocuparse de mí? Si siendo como fui, nadie fue capaz de amarme y quedarse, voy a actuar como si fuera otra persona y así, seré digna/o de amor. Si al estar bien no he podido recibir la atención que deseaba, si sólo la logré cuando me enfermé o con aquel accidente u operación, con aquella depresión, seguro que “ser como soy” no fue suficiente. Necesito algo extra. Algo suficientemente excitante y atractivo.
¿Cómo creamos el drama en lo cotidiano? Creamos drama cuando mentimos, cuando ocultamos cosas porque sabemos que estamos causando daño, omitiendo, entrando y saliendo de relaciones, pero no permaneciendo, haciendo dietas o llenándonos de comida, responsabilizando a los demás de lo que nos pasa, cerrándonos a la comunicación o hablando sólo cuando lo deseamos nosotros, controlando, manipulando, culpando, reprochando.
Montarnos en el teatro de la tragedia o del éxito nos protege de relacionarnos con intimidad. No hay motivos para permitirle a nadie que esté cerca.
Tenemos ideas equivocadas en relación al AMOR. Lo aprendimos mal. Y eso nos hace “buscarlo” por atajos “enseñados” que nos llevan a otro lugar. al lugar del mal-trato, del rechazo, de la enfermedad, del melodrama. Nada más alejado del amor.
Cuando nos permitimos ser invisibles y no andar especulando por la vida, podemos estar en nuestro lugar, sin apropiarnos del lugar de otro y hacer lo que hemos venido a hacer en este plano de existencia. Sin propaganda, sin recompensa, sin aplausos. La única recompensa verdadera es pasar a otro mundo habiendo dejado testimonio de AMOR en nuestro Pensar, Sentir y Hacer. Darnos cuenta de que siempre hemos sido amados.
“Hay una fuerza que todo lo genera y mueve…” De no haber sido amados y custodiados por esa fuerza, ya no estaríamos aquí. Nada tenemos que hacer para ser amados por ella. Porque nos amó, nos dio la vida y aún nos custodia para que sigamos.
Pero eso… merece un capítulo aparte.
Desde el alma y con el corazón, Liliana M. Pérez Villar.
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