sábado, 15 de junio de 2013

Día del padre y esa puntada en la espalda...


Hace varios años, mientras mi Padre se iba apagando para partir hacia otros lugares, en mi afán de compensar tiempos de su ausencia, permanecí a su lado tomándolo de la mano por muchos días, tal vez semanas. Seguramente, en ese deseo humano de aferrarme, apegarme a él, tratando de pasarle vida para que permaneciera aquí, inconcientemente mi mano lo apretaba. Cuando me daba cuenta, aflojaba. Hasta sentía su presión en la mía, cuando era imposible por su estado, que eso sucediera. Hablaba con él, convencida de que desde algún lugar me escuchaba. Me indignaba cuando los médicos opinaban sobre su estado “científicamente”, como si él no estuviera ahí. Sabía que todo lo que sucedía a su alrededor era percibido por él, de alguna manera. Notaba cómo se producían “imperceptibles” cambios en su tono muscular, su respiración, supuestamente ajenos a la conciencia.
Un día, sorpresivamente, abrió sus ojos y clavó su mirada en lo alto. Comenzó a gesticular, como si hablara con alguien que mi hermana y yo no veíamos. Incluso movió su mano derecha hacia el centro del pecho, como cuando preguntamos “¿Está hablando conmigo?” o “¿Quién… yo?”. Esperó la respuesta, asintió y con una sonrisa se fue para adentro nuevamente. Siguió desprendiéndose a su tiempo y ya no volvió a abrirlos hasta marchar a su nuevo domicilio. Esto es algo habitual en pacientes que están atravesando este proceso de desprendimiento.
Recuerdo la expresión de miedo en el rostro de mi hermana. La vi retroceder y empalidecer como si hubiera visto un fantasma. En cambio, para mí, ese fue un momento sublime, que amplió mi conciencia a niveles desconocidos. Por supuesto que cada quien le da una lectura diferente. Desde el plano científico, el psicológico, el químico, podemos explicarlo de maneras diferentes. Pero la Ciencia ya se ha ocupado de ello por años . A mí me bastó con despertar vívidamente a otro plano de existencia.
Resuena claramente en mi memoria, como se instaló en mi espalda, una puntada en la zona escapular, del lado que sostenía su mano. Era curioso ver en la clínica, un grupo de especialistas que aparecían todos los días ya sobre el final. Era la “brigada del dolor”. Médicos entrenados para aliviar el padecimiento de los pacientes “terminales”. Entraban y como si él no estuviera, debatían sobre la mejor medicación para darle, siendo que ya estaba en sus últimos días y que “si no es hoy, es mañana, como mucho pasado” Ellos no sostenían su mano, ni hablaban con él, ni habían presenciado su diálogo ni cómo había besado la cruz cuando se la acerqué. Ellos no sabían que de alguna forma seguía expresándose. Respondían a lo que la ciencia les había enseñado. Y olvidaban que allí, tendido sobre una cama, había un hombre que de niño, había soñado con tener tres hijos, una casa propia, otra en el mar, para compensar sus carencias infantiles como descendiente de inmigrantes españoles. Ese hombre que hoy tenía tres hijas, su casa en el mar y su casa propia, una primera y una segunda esposa, una vida de amores y Don Juaneadas, miles de historias que contar, viajes, tangos que cantar, anécdotas de todos los colores, un hombre fiel a sus ideas y amigos, aún estaba ahí adentro. Y desde algún lugar, se manifestaba. Al no manifestarse, manifestaba su imposibilidad de manifestarse. Al menos, de la manera en que lo hacemos al estar sanos.
Desde entonces y por varios años, ese dolor en mi escápula, aparecía y desaparecía cada tanto. Trabajé mucho corporalmente en las clases de M.O.V.E.R.S.E. y con masaje. Cada vez que el movimiento me llevaba a esa emoción, todos mis cuerpos se manifestaban. Al movilizar la zona donde quedó IN-CORPORADA la vivencia, me recordaba esa sensación. Tal vez no llegaba la asociación con una determinada situación. Eso no era lo importante. No es necesario regodearse en el dolor para limpiar nada. El sólo hecho de atravesar esa emoción que se instaló en nuestro cuerpo por éste o aquél hecho, aquella experiencia, esa separación, ese accidente o enfermedad, una operación, en fin, cualquier emoción que haya quedado registrada en nuestro cuerpo, puede ser amorosamente trabajada para encausarla y que no nos condicione. Liberarla para ser más felices. Es curioso cómo reparamos en las heridas estéticamente y no nos ocupamos de esas heridas mucho mas profundas, internas, del espíritu, de la mente, del entendimiento, de los afectos, de las emociones, de la desarmonía energética además de las físicas.
Esa mano tierna, suave o contundente según el caso, esa maniobra de un masaje donde se trabaje lo emocional, lo afectivo, los 7 cuerpos y no sólo un grupo de huesos, articulaciones y músculos, puede significar una revolución espiritual. Puede cambiar un estilo de vida sufriente, en otra oportunidad. Ese acercamiento con una compañera/o en una clase puede “recordarme” que en mi interior hay mucho más que órganos y sistemas, sangre y hormonas, etc. Incluso, puede recordarme que no quiero recordar o que no quiero sentir, o relacionarme o básicamente…AMAR O DEJARME AMAR.
Los espero. Para que juntos re-pasemos a través del movimiento y re-cuperemos nuestro ser para re-conectarlo con nosotros mismos, con nuestro entorno y con la Creación. Rescatar para luego poder re-generar y finalmente renovar.


Desde el alma y de todo corazón.
Liliana Marcela Pérez Villar.
lilianamperezv@gmail.com
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1 comentarios:

A las martes, junio 21, 2011 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Fuerte. Muy fuerte.
Abrazos.
G

 

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