viernes, 1 de mayo de 2009

"Antes de vestir tu cuerpo de blanco, ilumina tu alma". La Voracidad.


Cuando hablamos de voracidad solemos asociarlo inmediatamente con la comida. “Engucharse” dicen los uruguayos, tragar el alimento sin masticarlo casi, rápidamente, sin saborearlo, sin sensación de gozo, impulsivamente. Luego, lo “ayudamos a bajar” bebiendo al mismo tiempo cantidades exageradas de gaseosas, jugos, a veces helados o muy fríos, que sólo sirven para dificultar aún mas la digestión, asimilación y pautas que regulan ese tránsito y llevar al bolo alimenticio a navegar sobre un mar de líquidos. Devorar impulsivamente. Es una sensación de llenarse de algo, no importa de qué, exactamente. “No se bien lo que quiero, pero lo quiero ya”
Lo que va a llevar luego a un a sensación de culpa, vergüenza, tristeza o depresión. Pareciera que en lugar de saciar el hambre, se estuviera destruyendo lo que se lleva a la boca. A simple vista, se podría pensar que esa persona lleva siglos de hambre, de privación de alimentos, de carencias. Y de alguna forma, es así. Pero es un hambre que se hace extensivo a otras áreas de su vida. Podría ser, lo que los psicólogos sociales llamamos NBI, Necesidades Básicas Insatisfechas. Esto que en un comienzo se pensó sobre las necesidades relacionadas con la alimentación, descanso, vestimenta, etc. y que en realidad tienen que ver con cualquier cosa que pueda o tenga que ser ingresada, integrada, algo esencial para nuestra evolución y para crecer en salud. Va más allá del vínculo con los alimentos. Es una conducta, una manera de relacionarse con, y en el caso de la alimentación, es sólo un aspecto donde se manifiesta esa conducta, que podría estar dirigida a cualquier otro aspecto, como por ejemplo el dinero, la necesidad de prestigio, las posesiones, la sexualidad o la sensualidad y utilización de la seducción, los apegos, lo que se llama amor en lo cotidiano y que poco tiene que ver con el amor, por lo general, etc. Por momentos, da la impresión que todo es cuestión de vida o muerte. Hay una sensación de urgencia, que por supuesto, dependerá de cada quien y de sus historias de vida. Se suele generar un “clima voraz” en lo social, en la familia, en el trabajo, en el colegio, en lo relacional. Es quien pone la llave en la puerta y todos salen corriendo a sus puestos para poder responder a las demandas de “YA”, “AHORA”, “URGENTE”, “NECESITO”, y afines. Todos sintiendo la presión de llenar ese vacío, que no es un vacío creativo, generador de lo nuevo, renovador, nonono, es un vacío de “dame, dame algo, lo que sea, dame algo que tape lo que siento”. Dame comida, bebida, alcohol, paco, porro, atención, sexo, plata, dame algo para el desorden que siento adentro mío, algo para destruir o que me destruya, algo que calme y contenga al instinto de muerte. La profundidad y el grado del “hambre” estarán directamente relacionados con el tiempo de privación y las defensas que cada ser haya implementado como sustitución y desvíos de su necesidad no satisfecha. Por eso es que hay reacciones, marchas atrás, idas y venidas, abandonos en los tratamientos que van llevando por un camino nuevo, repetición de la repetición. Porque se tiende a volver a lo conocido. Por lo de “mas vale malo conocido, que bueno por conocer”, porque asusta, porque enoja, enoja el miedo a sentirse desinstrumentado en una nueva manera de ser, estar y relacionarse; enoja el darse cuenta y aún no confiar en que ya llegará el cómo, asusta el ir aflojando la armadura que tantos años llevó construir, para protegerse del dolor, pero que termina impidiendo sentir. Y aunque cueste creerlo, es el paciente que mejora mas rápidamente, el que mas rápidamente se da de alta solo. Sí, se va. En lugar de sostener los cambios que va viendo, de insistir y no claudicar, de confiar, se va. Interrumpe el tratamiento. Esto es tema frecuente de conversación entre colegas de distintas disciplinas. Es la necesidad de defender la enfermedad a capa y espada. Irse y volver a empezar desde el principio una y otra vez. O quedarse por siglos en esas terapias de 368 años ininterrumpidos, donde ya el tratamiento es más “controlable”. Es la misma neurosis que lleva a interrumpir los procesos vitales y así no llegar a sentirse y estar bien. Cuando esas necesidades básicas de cualquier índole son privadas por mucho tiempo, mayor es su profundidad. Si se dejó de fumar por largo tiempo y se vuelve a fumar, se fumará con retroactividad, y el deseo será de echarse encima 2 atados en lugar de uno. Esto no es ni bueno, ni malo, digamos que perturba, altera, desordena y no permitirá disfrutar de esos cigarrillos y además, resultarán insuficientes y dejarán la misma sensación de vacío e insatisfacción que antes y con una salud bastante endeble. Hay una interrelación de necesidades. Y cada uno se va a quebrar por donde su hilo esté mas fino. Si lo que más resuena es el tema alimenticio, se dedicará a comer, que es lo que "cree que conoce y maneja mejor”. Si el tema es el poder, descollará en su habilidad para someter, crear inseguridades y abusar de él. En fin, llenar, tapar el agujero interno en el área “más controlable”. Si se van circunscribiendo y encerrando las posibilidades de manifestarse, expresarse, relacionarse, el área que quede en pie, se verá sobrecargada y el ser se tornará insaciable, voraz, hambriento, ávido, ambicioso, egoísta y destructivo. No nacemos voraces. Nos hacemos. Cuando llega a la consulta algún paciente con mucho sobrepeso, se sorprende al escuchar “que no se prive y no sufra”. Luego de deambular por cientos de consultorios y penar con larguísimas dietas, con su consecuente efecto “pívot”, su voluntad se encuentra quebrada y tiene poca convicción. Ya da por sentado de antemano que debe pasar hambre (en cualquier área, como vimos antes). Cuando escucha que su voracidad está relacionada con privaciones y que consecuentemente, un plan basado en privarse más y más de lo que le gusta, jamás podría ayudarlo, se sorprende. Porque cuando esa carencia, esa privación se hace intolerable, se pierde el paso a paso, se pierde lo gradual. Se devora, se traga, sin asimilación, sin digestión y así, ese ser se convierte en lo que integra. Como en el colegio, cuando surge el “enamoramiento súbito” que el alumno siente por su maestra, o el bebé con su madre, se traga lo amado y junto con ello, todas las cualidades deseadas a las que no se puede dedicar el tiempo para adquirir, justamente, por voracidad, por ese deseo de acceder y tener todo ya. El sólo hecho de preguntarle qué es lo que le gusta, lo que desea y consultarle sobre la manera que le gustaría hacerlo, lo desconcierta. No está acostumbrado. Y lo gracioso es que sabe perfectamente lo que tiene que hacer y cómo hacerlo. Pero ha perdido la confianza y el interés por sus sucesivas frustraciones. Se le dice que la dieta le va a resultar insostenible, invitándolo a que proponga aquello que realmente cree que puede sostener sin plazos y sin sufrimiento. Nos olvidamos de sumar y restar calorías (en el caso de que hablemos de comida). Por supuesto que todo este proceso está acompañado y contenido a través de un seguimiento, un encuadre, un referente claro y con las herramientas de las que disponemos dentro de la Medicina Tradicional China, y trabajo de movimiento energético expresivo correctivo y sensible y el enfoque psico-afectivo-social. Hay un sostén para todos los aspectos a integrar de ese ser, todos sus cuerpos, todos sus soles. Pero esto no sirve de nada, si no se despierta a una conciencia y a un responsabilizarse por aquello que sucede. El término paciente no ayuda mucho, ya que se necesita un hacer activo, un hacerse cargo y no esperar que los demás solucionen lo que nos pasa. Hay como una exigencia de que “yo estoy mal, no puedo hacer nada y si no me ayudan…me enojo o me muero…o me abandono” (ya van a ver cuando me pase algo… ¿?). Si nada de esto funciona, me convenzo de que “todo está bien y acá no pasa nada” “no necesito nada, el problema es de los demás” “Yo como porque me gusta, no para tapar, soy un gordo/una gorda feliz” “un porrito por día no me va a hacer nada” “Mi viejo chupaba dos botellas de vino por día y se murió de viejo” “¿Por qué no puedo gastarme la guita en el casino si el que labura soy yo?” O sea, insensibilizar las sensaciones, las emociones, taparlas, sedarlas, anestesiarlas y llenar esos vacíos enmascarados con lo que sea, para embarazarse de algo y no sentir el vacío interno. Quien pasó por muchas situaciones dolorosas repetidas veces, sólo quiere asegurarse de no volver a sentirlas. Contradictoriamente, así, se re-siente. Cuando la voracidad está vinculada a lo amoroso, se materializa el afecto. Son esos padres que reemplazan con regalos y compensaciones materiales su falta de entrega afectiva, tiempo o contacto. Las parejas que intentan someter, poseer, controlar, dominar por temor a que se les escape su “presa”. No importa si hacen todo lo posible porque los abandonen, cuando lo logran se tornan vengativos, hirientes, destructivos. Algo se les fue de las manos, se les escapó, no pudieron controlarlo y la furia los lleva al exterminio. Suelo recomendarle a los pacientes, que se preparen “botiquines de emergencia” con cosas que les gusten mucho, para cuando el hambre (de cualquier índole) los invada con urgencia. Esos momentos en que no importa qué se lleva a la boca, mientras cumpla la función de parar el sufrimiento, de saciar la necesidad insoportable. No es lo mismo manotear una docena de facturas, que comerse un sándwich de pan negro integral con una feta de jamón y queso. Lo mismo sucede cuando echamos mano del teléfono a la madrugada, para llamar a quien nos abandonó y maltrató por siglos, pensando que nos va a calmar oír su voz. ¡¡¡¡¡Puede fallar y nos llevamos cada sorpresa!!!!! Tenemos que pensar cuando no estamos invadidos por la urgencia. Estar preparados para no hacer macanas. ¿Usted cree que puede pedirle al verdugo que está con el hacha en la mano y los tambores de fondo como último deseo…que no lo mate? ¡Es un verdugo! Estudió o nació para eso, le pagan para eso y es lo único que sabe hacer. ¡¡¡¡Lo va a matar y dos veces!!!! Llame a Robin Hood, a Batman, a Superman, llame a su madre, pero no le pida ayuda a su verdugo porque… ¡Lo va a matar con más placer! Echar mano a lo primero que encuentre, como manotazo de ahogado, sólo afinará la puntería de sus quebrantos y, a la larga o a la corta, el deterioro será inevitable. Si logramos re-encausar los desplazamientos de nuestras pasiones y llevarlos nuevamente a los lugares de donde los hemos quitado (para no sufrir), esa voracidad irá mermando, con marchas atrás de vez en cuando, pero con mayor orden. Volver a conectarse con los aspectos creativos, sacarse el corcho de la expresión y la comunicación, MOVERSE, recuperar lo que le hacía feliz, lo que le gustaba y dejó de hacer por cualquier motivo. Abrir nuevos caminos que descompriman los que están en el foco del fuego. Devolver la Pasión a sus lugares de origen y quitarla del sustituto. Empezar a “cambiar las figuritas” a ver si de una vez se llena el álbum y ya... El reconocer que tiene un problema y que no sabe bien cómo resolverlo, aunque desee que se resuelva, le va a ayudar a “dejarse ayudar” y sobre todo, intuir a quién pedirle ayuda y no recurrir a su verdugo personal. Es tan importante poder pedir ayuda como saber a quién pedírsela. Se puede. Estire su mano y déjesela tomar. Nosotros lo estamos esperando para compartir nuestra experiencia con usted. Dése la oportunidad. ¿Por qué no empezar hoy?
Con el alma y desde el corazón. Liliana Marcela Pérez Villar.