INÚTIL...presentarse sin documentos.

Hace unos días escribí en el muro de FB: “Buen viaje al negro Juárez, a quien vi debutar cuando tenía unos 14 años, con mis viejos, en Caño 14. Estrenó "Mi bandoneón y yo". En la locución: "Silvio Soldán", en el violín: "¡¡¡¡¡¡¡¡¡Orlando Marconi"!!!!!!!!!!! Y el maestro Goyeneche al canto. ¡Qué noche Teté! La misma noche que el Polaco me apadrinó en mi carrera como cantante, junto a Ruth Durante, gracias a la intervención de Mario Torres”. Para mi sorpresa, esto despertó una serie de comentarios que no esperaba. Me quedé pensando y también lo comenté en FB, que por momentos guardo la sensación de ser una especie de Matusalén, cuando en realidad, aún soy muy joven. Esta impresión de haber reencarnado varias veces en la misma vida. Pero más allá de eso, la posibilidad de estar en contacto con esos artistas tan amados por todos, a un metro, dos metros de distancia. Ese clima inolvidable que se generaba a través de los sentidos. Ese negro tan buen mozo, bandoneón en mano, traje gris impecable, con esa estupenda voz, escuchando hasta su respiración, sudando con él en cada acorde, cruzando miradas, compartiendo y vibrando en la misma sintonía con cada uno de los que allí estábamos…sentir…sentir la carraspera del polaco, parado al lado de tu mesa, cantándote a los ojos…ese contacto directo, ese compartir tan de cerca un mundo apasionante…Sin duda que un Vélez, un River, un Luna o un Obras, tienen su encanto también. Pero esa sensación de intimidad que se vivía en lugares como Caño 14, como Los Dos Pianitos, como Chez Tatave, La Casa sin tiempo…no puede compararse con un Diego el Cigala en el Grand Rex, cuando tuve que preguntarle a una amiga, cuál de los cinco puntitos que se veían mover allá abajo, era él. ¡Y eran salidas accesibles! Como ir hoy a cenar o a un teatro. Los que anduvieron la noche para entonces, saben que era así.

Recuerdo llegar a Chez Tatave, Córdoba casi Florida, el amable y afectuoso Tatave Moulin nos introducía en una especie de túnel del tiempo, en un rinconcito de París, con su ropaje y cara pintada, su remera a rayas, en esa combinación de aromas de cocina y música de acordeón. El humo del cigarrillo, que en ese entonces no me molestaba como ahora, las luces y los personajes bizarros, era como entrar en un mundo de fantasía, algo que no se podía encontrar en otro lugar. Esa soupe d'onion, (que con la excepción de la que hacía Picky) era la mas deliciosa del mundo. Y además, el único lugar del universo, donde se me podía ocurrir pedir “soupe d'onion” si tenía hambre (me salvaban las tostaditas). Era feliz y libre en lo de Tatave. Ahora que me pienso en ese momento, imagino mi cara con la boca abierta, maravillada por lo que veía, sorprendida, interesada.


Desde el alma y con el corazón.
Liliana Marcela Pérez Villar