lunes, 21 de noviembre de 2011

"ME GUSTA" versus "LO QUE ME CONVIENE"


Alguna vez alguien me contó que cuando era chico, su padre lo llevaba al kiosco y en lugar de comprarle lo que él quería, le enseñó a “elegir la golosina que más le convenía”. Sí, así como suena. ¿Cómo era eso? Así:
-¿Qué querés?
-Un alfajor “Fulanito”.
-Pero ese alfajor no te conviene. Es más chico, sale lo mismo y se acaba más rápido.
-¡Pero a mí me gusta ese!
-¡PERO NO TE CONVIENE!
Resultado, le compraban el alfajor que “le convenía” y no el que él quería. Encima, ni siquiera podía elegir él, lo que “supuestamente le convenía”. Era una elección impuesta desde afuera. De entrada, descartaba lo genuino. Lección que, repetida a diario, logró aprender fuertemente con el sudor de su frente. Y fueron eternos los laureles que supo conseguir.
Su historia de vida fue una eterna repetición de ir en busca de lo que le gustaba y canjearlo sobre el camino, por lo que su imagen, la sociedad, su grupo más íntimo, en definitiva la “imago mundi“ le imponía como única posibilidad. Llegó a tal desconexión de sus sensaciones, que ya no las podía identificar. Sus gustos estaban condicionados por el afuera. Si le gustaba algo, pero no era “bien visto” en lo externo, su mundo interno automáticamente lo rechazaba. Se convirtió en alguien que decía por ejemplo: “Dicen que hay que votar a tal o cual”, como si su elección careciera de fundamentos o no fuese valiosa. Se vestía de acuerdo con lo que estaba “socialmente aceptado” ignorando si se sentía cómodo o no, o si le gustaba andar por la vida disfrazado de “lo correcto”.


Se enamoraba perdidamente de una persona y se entregaba profundamente a esa relación, mientras el enamoramiento vencía las barreras internas, que ya eran murallas gigantes. Pero cuando al tiempo, el primer apasionamiento inicial del vínculo iba amainando, comenzaba a derruir lo virtuoso y a reemplazarlo por lo que le convenía. Es decir, por lo que creía que iba a terminar conviniéndole y que obviamente, no sería así. Esas ecuaciones resultantes en rojo, que se contaban por cientos, nunca lograron que aprendiera otra forma. No comprendía siquiera el significado del sentir. Había sido descalificado e invalidado a tal punto, que ni se le ocurría que existiera otra alternativa. Y así, se fue transformando en un DESCALIFICADOR INCONCIENTE, incluso para sí mismo. Tal vez, comenzando por él. No quiero entrar en el tema de Dioses y Demonios. Tampoco en la dramática esquizoide. Sólo deseo ejemplificar, cómo nos convertimos en aquello que aprendimos y a lo largo de nuestra existencia, vamos obteniendo Masters en la mejor universidad que hay, que es la Vida. No es lineal, por supuesto, no necesariamente debe de ser así y lógicamente que es tratable y con excepción de determinadas conductas, muy difíciles de modificar, son corregibles con tratamiento y seguimiento. Pero es muy probable que, el perseguido termine persiguiendo; quien ha sido abusado desarrolle mecanismos abusivos; quien ha crecido en la mentira, aprenda a mentir; quien haya sido criado como ser “utilitario”, “utilice” y a quien se le haya negado ser auténtico, busque “lo que le conviene”, que es la manera más garantizada de que las cosas salgan mal. Así es como terminan casándose con quien no aman, pero responde a lo socio-culturalmente “aceptable”; estudian carreras que no les gustan, pero es lo que se espera que hagan; se visten correctamente aunque no se reconozcan en el espejo; y eso es francamente agotador. Es un esfuerzo sobrehumano tener que ir por la vida, sosteniendo una imagen complaciente con la que no nos identificamos, sólo buscando aprobación. Trasladado al cuerpo físico, la escisión es tal, que no se sabe dónde queda la oreja. Recuerdo una vez, haberle preguntado a una persona cercana dónde ubicaba su cintura, porque le estaba tejiendo un pullover. Me quedé atónita con su respuesta:
-¿Cómo dónde está mi cintura? ¡No tengo la menor idea! Esperá. ¡Viejaaaaaa…dónde tengo la cintura?
Ahora resulta gracioso. Pero cómo relacionarse con otra persona si no sabemos dónde tenemos la cintura o la oreja? Qué es lo que se comparte con otro, que en definitiva es uno mismo, si se pierde la fidelidad al sentir y se cambia por el “me conviene”?
Son esos casos de varones que se enamoran de una mujer profundamente y no dan cauce a la relación porque no puede tener hijos, por ejemplo. O la mujer que abandona al varón porque no lo encuentra seguro proveedor. O quienes renuncian a sus sueños a cambio de unos pesos. “Soy feliz pintando cuadros, pero me conviene trabajar en el Banco por la obra social o porque es más seguro”. Y así, la desconexión aumenta, la desidentificación también y aparecen las inexplicables “enfermedades”. Finalmente, nos hemos traicionado. La peor de las infidelidades nos maneja la vida, la infidelidad a nosotros mismos. La frustración genera enojo y la suma de las broncas sin resolver lleva al rencor. Rencorrrrrrr, tumorrrrr, mal humorrrrrrrr, falta de amorrrrr.
Recuperar el esquema corporal, reconocer y aceptar las emociones, los sentimientos, las sensaciones es la forma más directa de desenmarañar estos entramados de viejas matrices de aprendizaje tan “in-corporadas” (metidas en el cuerpo) que terminan gobernando nuestras vidas.


Es muy común escuchar después de las clases o de un masaje, después de una sesión de acupuntura, expresiones como:
“Yo no sabía que tenía esta parte de mi cuerpo”
“Miráaaaaa, tengo caderassssss!
“Me saqué el yeso”
Al escribirlo es cómico, pero el registro corporal de quien lo padece, puede llegar a ser muy doloroso y frustrante.
Trabajar el cuerpo con movimientos energéticos expresivos rítmicos y sensibles, (M.O.V.E.R.S.E.) permite ir retirando esas capas densas, arcaicas, que hemos construido a lo largo de toda nuestra historia y al modificar nuestros cuerpos, modificamos paralelamente los procesos psíquicos, mentales, energéticos, espirituales, afectivos, emocionales e intelectuales que nos manejan, nos manipulan y disocian las tres áreas que van a definir nuestro estado de salud o enfermedad, el Pensar, el Sentir y el Hacer. Por eso, hay tanto miedo a moverse. Porque parece que al estar quietos, no nos ven y así, creemos que no se dan cuenta de lo que nos pasa. Quien no desea cambiar, evita moverse. Porque sabe que cambia. Y eso que dice desear, también le produce mucho miedo. Por el viejo refrán de “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Y el tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos y las murallas que no se mueven cada vez están más fijas. El miedo a sufrir y a hacerse responsable de lo que sucede, somete, paraliza, esclaviza y obliga a estarse quieto. Pero esas cadenas que pulimos y brillamos con sufrimiento, tienen llave, pueden abrirse y algunas están abiertas y quien se queda, lo hace por su propia voluntad. Es cuestión de liberarse. Es muy bueno reconocer nuestras propias esclavitudes. La única forma de poder acabar con ellas.




Te espero para que puedas venir a trabajarlo con nosotros.

Desde el alma y con el corazón.
Liliana Marcela Pérez Villar
lilianamperezv@gmail.com
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