domingo, 29 de agosto de 2010

UN RAYO DE LUZ EN LA TORMENTA.


Alguna vez escuché que hay una tribu en África, no recuerdo si eran los Masai, que no conceptualizan la idea de futuro. Es por esto que, si caen cautivos o son apresados, en pocos días mueren, porque no pueden razonar el mañana. Para ellos no existe el más allá, por lo tanto no le dan sentido al rezar o glorificar a sus muertos.
Lo recordé en estos días, al ver en los noticieros, la grabación de los 33 mineros chilenos atrapados a 700 metros de profundidad en la mina de San José, en la región de Atacama. Pensé qué difícil debe ser soportar lo que todos sabemos están padeciendo y no hace faltar aclarar, cuando no se tiene Fe, cuando no se cree, cuando no se ve un más allá. ¿Cómo se espera cuatro meses para un rescate en condiciones tan adversas, si no hay confianza? Son esas situaciones en las que hay dos caminos fundamentalmente: (en el medio hay otras opciones), pero los extremos son: desesperarse y dejarse morir porque no se puede tolerar la idea de continuar en esas condiciones, desesperar a los demás, entrar en pánico, etc. o, ya que es una situación de rincón donde no hay otra salida inmediata, tomar la decisión de resistir hasta el momento del rescate. Habrá altibajos, quiebres, debilitamientos, pero se resistirá. Tal vez, el primer paso para resistir semejante calvario sea la ACEPTACIÓN de lo que está sucediendo. No resignación, sino la aceptación de la realidad, de lo que hay, para poder ordenarse y centrarse. En medio del horror, con histeria, terror, desesperación o al revés, centrados, conectados, serenos, la situación de encierro y la cantidad de tiempo no varían. O sea, la actitud de serenidad ante el padecimiento inevitable puede convertirse en el mejor amigo y aliado de la peor de las tragedias. ¿Por qué 5 de 33 de ellos, según nos informan, padecen de depresión y los otros no? Por supuesto que esta pregunta puede ser respondida desde varios referentes. Pero si nos ajustamos a esta línea de pensamiento para no dispersarnos, podríamos asegurar que la fe está limitada y condicionada por el MIEDO. Es como el AMOR, el que ama...no teme. Se entrega, confía. Cuando hay miedo...no hay AMOR. La fe es la mayor manifestación del AMOR. O sea que tener fe es casi un acto heroico, una hazaña, ya que en estos tiempos de humanidad, el MIEDO y la VIOLENCIA, (violencia como consecuencia de ese miedo), se llevan todos los galardones. –“¿Y si nos dicen que para fin de año nos van a sacar para darnos ánimo, pero en realidad nos están engañando?”. Esa duda corroe la confianza y crea desespero. ¿Por qué creer y confiar? -“¡No estaríamos en esta situación si existiera una Fuerza que nos asiste!” - “¿Dónde estaba la Fuerza cuando quedamos atrapados en vida aquí abajo?”- Es muy difícil aceptar los designios del Cielo cuando no tienen que ver con lo que deseamos o como en este caso, conllevan un nivel de sufrimiento insoportable. Pero si se cree, en lo que se crea, si se logra ser coherente con aquello en lo que se cree, tratando de superar el miedo, el resultado pasa a segundo plano. “Hay cosas mucho más importantes que perder, que la misma vida”. Perder la dignidad, perder las ganas de vivir, perder la serenidad y enloquecer de miedo...Digo, si la vamos a tener que pasar igual, si no hay un plan B, tratemos de permanecer centrados, para afrontar lo que venga, en paz. Aunque suene como una utopía, aunque suene como un chiste de mal gusto, aunque me recuerde a aquel programa de TV, en que Nazarena se burlaba de la posibilidad de mantenerse serena frente a un brote de ira, aunque surja la cargada del Ommmmmm... con los dedos índice y pulgar juntos...Si el momento ha llegado, que nos encuentre lo más calmos posible, para poder trasmutar hacia ese nuevo plano de existencia de la manera menos traumática. Entregarnos, no es “claudicar”, todo lo contrario. Es confiar y resistir confiados, como sinónimo de perseverar y no de ofrecer resistencia. No sé si seré capaz de hacerlo cuando llegue mi hora. Pero sé que ese es el camino. Esa es la manera de convertir algo espantoso en algo maravilloso, a través de la alquimia del AMOR y la FE. Y conozco y he visto la diferencia en la partida, de quienes aún en sus últimos suspiros, han marchado furiosos y enredados en rencores y terrores, sin poder dar un pequeño salto en su evolución y desarrollo espiritual y aquellos que con serenidad, respiración profunda y confianza, se entregaron y dejaron llevar en paz. Debemos recordar que volveremos para retomar desde el lugar donde hemos dejado la última vez. Cuanta mayor resistencia, mayor sufrimiento.
Pensé en esas oscuras noches de tormenta. En la negrura en la que a veces nos encontramos. Y en medio de la oscuridad total, un rayo irrumpe e ilumina todo, pero sólo por segundos. Esos son los momentos que debemos aprovechar para ver lo que estaba oculto, apagado, en tinieblas. Son instantes de iluminación súbita, en medio de la nada. Pero la nada es el principio de todo.
Mi queridísimo profesor de Teatro, Cesar Pierri, padecía de vértigo. Siempre comentaba que, en esas escenas que filmaba para la tele, donde tenía que caminar por cornisas o edificios muy altos, debía vencer el deseo de saltar al vacío para evitar el terror de las alturas. Era una forma de terminar con una sensación insoportable. Algo así como saltar de la sartén al fuego para no quemarse. Ciertamente, algo que repetimos en nuestra vida cotidiana, cuando ponemos fin a relaciones porque no sabemos cómo estar en ellas o por el temor a que nos dejen, nos abandonen. Dejamos o abandonamos primero, (por si acaso).
Aún en la peor de las tormentas, en las más oscuras de las noches, siempre habrá un rayo de luz que nos muestre cuál es el camino a seguir. Hay que entregarse a aquello en lo que creemos y ser perseverantes y coherentes. El Amor y la Fe, son los mejores antídotos para el miedo y la claudicación. Y es precisamente en los peores momentos cuando más debemos practicarlos.
Desde el alma y con el corazón.
Liliana Marcela Pérez Villar.