sábado, 2 de octubre de 2010

¿Qué son los obstáculos?


En esos momentos en que parece que se nos viene la noche encima, que se apagó la luz, que todo cae, que ya...sólo queda el precipicio, cuando todo se presenta como adversidad...¿Qué hacer? Cuando lo que nos es dado en vivir nos desborda y creemos que el desafío es insuperable, para lo que sentimos son nuestras posibilidades de remontarlo. Más allá de lo que se presente, está la sensación interna de no poder subir una montaña tan alta. A veces, un pequeño obstáculo nos remite a alguna experiencia previa relacionada, que en su momento nos sobrepasó y no confiamos en tener la capacidad, la posibilidad de poder volver a pasar por ahí. En realidad, nunca pasamos por el mismo lugar, por la sencilla razón que ya no somos los mismos, ni las circunstancias son las mismas, ni el tiempo. Pero la más mínima conexión con aquel episodio anterior, ya nos genera una especie de ansiedad anticipatoria, que nos predispone adversamente ante lo que vendrá. Es un disparador actual, que nos va a poner en contacto con ese núcleo psico-pato-genético, dejándonos en carne viva. Otras veces, son esas sorpresas primeras, que la vida nos tiene preparadas y como un rayo nos caen encima y nos parten al medio. La sensación es de no tener recursos para remontarlas. Nos dejan como un pollito mojado, acurrucaditos, con la impresión de indefensión a cuestas, de punto final, de impunidad. Y ahí, como sentenciados a muerte o a cadena perpetua, emboscados, comienza la mente, el intelecto a retorcerse en culpas y excéntricas interpretaciones sobre lo que hemos hecho mal, o no hemos hecho, o nos han hecho. “Si hubiera dicho, hecho, pensado, sentido...tal vez...esto...no habría pasado o no estaría pasando”. O sea, la omnipotencia humana de creerse generador y entretenedor del Universo y de manejar todos los piolines a voluntad, disociados del decreto del Cielo que todo lo mueve. “Yo decido, yo hago, las cosas tienen que ser como yo digo, si no se hacen a mi voluntad te estropeo la vida, yo me enfermo cuando quiero y me muero cuando se me da la gana”. Esa sensación de pánico cuando la vida misma nos muestra que “no controlamos nada”. No importa cuánto sea el esfuerzo. Aflojarse, flexibilizarse, entregarse, soltar, confiar. Son tantas las reglas confusas con las que hemos crecido, que no creemos posible poder cambiar nuestro nivel de conciencia y entrar en otro umbral más amplificado de conciencia. Queremos apoyarnos en “conocimientos” pero no nos ponemos más “sabios”. Claudicamos. Renunciamos. Nos resignamos.
¿Pero y si hubiera una manera diferente de ver los obstáculos, a pesar del sufrimiento del que no nos podemos desapegar? ¿Y si los obstáculos fueran nada más que señales, tirones de orejas, para sacarnos o ponernos en distintos lugares o situaciones? ¿Y si pudiéramos verlos como OPORTUNIDADES, REFERENTES, para dar otro tipo de respuesta a aquello que no hemos sido capaces de percibir? ¿Si fueran un punto de inflexión para un cambio cualitativo en nuestro camino de evolución? ¿Cuántas señales, luces de bengala, cohetes, cachetazos, choques, enfermedades, urgencias hacen falta para enterarnos de lo que no queremos enterarnos? El obstáculo no es un final. Puede ser una culminación, pero no el fin. Hemos hablado en otras oportunidades de la capacidad de RESILIENCIA. Aquellas personas que han atravesado por experiencias traumáticas que parecieran insuperables y a pesar de ello, han logrado colocarlas en un lugar que les permite seguir viviendo y hasta han alcanzado a desarrollar su conciencia, amplificar los sentidos y desplegar sus virtudes insospechadamente. Si en lugar de ponernos “objetivos o metas a alcanzar”, con sus respectivos “beneficios personales posteriores”, nos instalamos en el “camino hacia”, si ponemos nuestros IDEALES por delante, como la zanahoria a seguir en el TAO de la vida, siempre estaremos en contacto con esa FUERZA que nos va a levantar de cualquier adversidad, cuando todo lo demás caiga. Si nos atrevemos a reescribir un “contra-argumento de vida” que tenga más que ver con lo que genuinamente soñamos, sobre cómo nos gustaría vivir realmente y no con cómo nos programaron para vivir, tal vez, ese obstáculo sea nada mas que un recordatorio de lo que soñamos cuando éramos chicos y dejamos dormir sobre algún sillón, mientras los demás nos organizaban la vida a “su imagen y semejanza”. Que no se convierta en la excusa para renunciar, “permanecer y transcurrir” (como diría Eladia) sino en la ocasión de aprender a ser y estar. Y quién te dice que algún día, te encuentres dándole gracias a tu mejor obstáculo, por haberte abierto la puerta para ir a jugar el juego de la vida, descartando lo impuesto desde afuera y rescatando lo más legítimo de tu ser, en conexión con el Cielo.


Desde el alma y con el corazón.
Liliana Marcela Pérez Villar