DOLOR EN EL HOMBRO (¿o en el hombre?)
¿Quién no ha pasado en su vida por situaciones de dolor? Pero cuando digo DOLOR, quiero decir eso…DOLOR…del que duele. Duele en las manos, tal vez de tanto esfuerzo por aferrarnos a algo o alguien, por intentar atrapar a lo que entendemos por amor, que si de verdad lo fuera, nunca sería un esclavo. El dolor duele en la garganta, de tanto tragarnos palabras que desearíamos gritar, de tanto que aprieta el aire alrededor del cuello cuando estamos tristes, angustiados; duele en la rodilla, a lo mejor de orgullosos, de soberbios y entonces nos mandan una buena caída para hacernos recordar lo que era la humildad y “caemos de rodillas al piso”, obligados a bajar la cabeza como sumisión a la Fuerza, aceptando la presencia de la Creación; duele en la espalda, cuando sentimos falta de apoyo de cualquier índole, económico, familiar, laboral, pero en la mayoría de los casos “emocional”, cuando tomamos por el camino equivocado y Shen Tao nos tira de la oreja a través de la espalda y nos dice: "Por ahí no essssss", cuando la mochila de la vida se nos vuelve muy pesada, cuando no estamos siendo captados o cuando no somos fieles a lo que sentimos y nos convertimos en ese “monstruo de nuestra propia creación” que vende su alma al mejor postor creyendo que “le conviene” (la mejor manera de asegurarse de entrada que va a salir mal), o simplemente porque la cultura, lo que aprendimos en casa, en la escuela, en el club, en la facultad o de cualquiera que haya tenido una influencia relevante en nuestra formación, nos ha marcado tanto, que no hemos podido darnos cuenta de qué es lo que realmente tiene que ver con nosotros y qué con los demás. No resonamos con ello, pero lo seguimos practicando. Y estas no son interpretaciones, son sólo observaciones y sobre todo, simples lecturas corporales. Aunque todas las evidencias nos muestren que estamos tomando por un rumbo equivocado, algo que no vibra en lo mas hondo de nuestro ser, seguimos andando sin siquiera preguntarnos, no por qué, sino para qué. Pero el dolor es una vibrante alarma que se enciende para indicarnos que “algo anda mal”, que “estamos en peligro”, que nos estamos “dejando robar”, que “nos hemos descuidado”, que hay algo de lo que no nos hemos dado cuenta ni con nuestro espíritu, ni con nuestra mente. Algo que no hemos detectado intelectualmente, que ha pasado por nuestros afectos y emociones sin que lo notáramos, que ha modificado nuestra energía y a pesar de todas esas señales, no hemos sido capaces de detectarlo. Nos hemos hecho “los occisos” soberanamente. Hemos jugado “al muerto” para que el león no nos comiera. Pero el león no es tonto y nos comió, o nos está comiendo o lo que es peor, nos está por comer con nuestro conocimiento y consentimiento, pero no sabemos, no queremos o no podemos evitarlo. El pobre cuerpito físico tuvo que hacerse cargo para forzar una reacción. Y así y todo, la mayoría de las veces no alcanza. Nuestra energía Centinela ha sido vulnerada. Con tal de no “hacer lo que tenemos que hacer”, de acuerdo con los designios del Cielo, no un deber hacer de mandatos humanos, preferimos operarnos todos los años de algo, vivir con dolores eternos, colaborar con la industria farmacéutica como si tuviéramos acciones en ella, “hasta que la muerte nos separe”: “Antes de dejar de tomar las pastillas, me muero. Las voy a tomar hasta el día que me muera” (dicho por una paciente en su primera consulta). Es tal la convicción de que no tenemos nada que ver con lo que nos pasa, que le atribuimos el poder sanador a pastillas, que en varios casos han probado ser nefastas en el equilibrio psico-físico-energético y de presentar efectos secundarios, a veces más severos que aquellos para los que fueron indicados. Pero si esa campana de alerta ha pasado tantos cuerpos antes de llegar al físico, es difícil pensar, que cuando se manifieste en los músculos, las arterias, los órganos, las articulaciones, etc., el ser va a poder dar una respuesta redentora a algo que no ha podido resolver a lo largo de todo ese proceso, cuando lo sutil, lo latente se hace manifiesto. Ese pasado doloroso, reciente o remoto puede cobrar un nuevo significado al transitar un aprendizaje y decidir cambiar, si lo tomamos como una invitación a crecer, a trascender la experiencia del desapego, a ser perseverantes, aceptar y adentrarnos en el camino de la transformación. Si podemos llegar a responder con nuestros Centros energéticos superiores, pertenecientes al cuerpo etérico, podremos dar un paso evolutivo importante, de lo contrario, si respondemos con nuestros centros inferiores, nuestra energía se mal-gastará, se consumirá, viviremos un proceso de contracción de la conciencia y no de expansión. No se alcanzarán la UNIÓN, la integración e interrelación de los aspectos superiores e inferiores del ser. No habrá relación entre lo que piense la cabeza y lo que sienta el cuerpo y convertirá al hacer en un grosero desorden, en un caos emocional. No habrá comunicación entre lo de arriba y lo de abajo. No aparecerán los aspectos espirituales de los centros inferiores que quedarán aferrados al mundo de lo material, lo visible, lo comprobable y palpable. “Si no lo veo, no lo creo”
Hoy quería enfocarme en el dolor del hombro al que refieren tantos pacientes y alumnos últimamente. Llegan a la consulta o a clase quejándose de un dolor insoportable, pidiendo: “Sáqueme este dolor de acá, por favor” “No lo aguanto mas”. Les falta decir: “Yo le dejo mi cuerpo acá y lo paso a buscar la semana que viene”. Como si fuera un hombro encontrado en la calle que nada tiene que ver con ellos. Cuando se les propone comenzar el trabajo de M.O.V.E.R.S.E, Movimiento Energético Expresivo Rítmico Sensible, se quedan mirando sin poder relacionar una cosa con la otra. Esperan la “pastillita mágica”, que por años demostró no ser tan mágica. Pero siempre cabe la fantasía de otra pastillita, a lo mejor una roja, que va a calmar los dolores.
Cuando les pregunto cuándo fue la última vez que abrazaron a alguien con amor, (dije AMOR, no sujeción, apego, sometimiento), se ríen o me miran espantados. Me convierto en una especie de Roberto Galán contemporáneo, por lo de “Hay que besarse mas…”. Y se los ve en las clases, donde el movimiento no puede mentir. Podemos mentir o mentirnos con la palabra, pero no con el movimiento.
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Liliana Marcela Pérez Villar lilianamperezv@gmail.com facebook: https://www.facebook.com/pages/Anamcara-Centros-de-Energ%C3%ADa/51043297182