lunes, 13 de febrero de 2017

DANZA (en los brazos de Cupido)

En todos los tiempos, remotos, presentes y por venir, cada emoción ha tenido, tiene y tendrá su movimiento propio. Todos los cuerpos se manifiestan juntos, en una perfecta armonía. Perfecta no por correcta, sino porque acontece lo que ha de acontecer, cuando, donde, como y con quien la Providencia lo haya planeado. Poco pesa el control estricto que se pretenda ejercer sobre los cuerpos. Tarde o temprano…nos rendimos ante la rigidez, con la mayor de las entregas posibles. Flexibles, con firmeza. Claro está que hay excepciones frente a enfermedades o impedimentos no sólo físicos, sino en los cuerpos más sutiles, que suelen desconocerse o negarse. Esto hace más evidente la dificultad por lo obvio y a veces hasta burdo del movimiento. Allá irá cada quien, de acuerdo a su historia y a sus miedos, hacia delante, regresará al pasado borrando lo aprendido o quedará stand by a la espera de justificaciones o rescates. Pero cuando esos seres que van llegando a una clase (podemos hacerlo extensivo al trabajo individual terapéutico del consultorio), como si estuvieran atrapados en vida en cerradas estructuras, sintiéndose prisioneros en sus jaulas de huesos y músculos, tallados en mármol resistente (según algunas de sus propias palabras) comienzan a desplazarse, se encuentran en una difícil disyuntiva. Casi se puede adivinar qué palabras saldrán de su boca. Y si no se atreven a hablar, tan común en tiempos de dificultad para comunicarse, lo harán a través de sus expresiones o sus no expresiones, que también es una forma de expresarse. Por eso siempre decimos que el cuerpo es el camino más directo para llegar al espíritu. Estamos atravesados permanentemente por mensajes y señales que no captamos. Distraídos, auto referenciados a tal punto, que no escuchamos y si lo hacemos, en lugar de tomar lo que se dice, se interpreta, recodifica, resignifica, desde un mundo interno confuso y en estos tiempos corrientes, tan teñidos de enojo, por decir lo menos, que termina distorsionándolo todo. No vemos tampoco. Es tal la desconexión con los sentires, que creemos estar moviéndonos de una manera, cuando en realidad, no hay registro de lo que se está haciendo. Marcarlo con la intención de lograr un darse cuenta, puede generar desde mucho enfado, hasta una herida narcisista difícil de remontar. ¡Es que realmente no se ve! –“Si estoy haciendo eso!” “¡Lo mismo que hacès vos!” (cuando en realidad, no es así). Tratamos de no tener espejos en los lugares donde trabajamos corporalmente, para que la imagen propia sea aquella que nos devuelva relacionarnos con un otro o incluso la propia percepción que nos surja del movimiento y el contacto. Aunque de haberlos, la tentación a buscar una devoluciòn en él, se hace irresistible. Es un camino de fuga, para evadirse y no comprometerse más allá de la apariencia. Si se logra relajar estos mandatos tan esculpidos interna-mente, si se animan a detener el taladro intelectual de lo aprendido culturalmente, si hay una Fuerza interna que haga que el salto sea hacia delante y no hacia atrás, se empieza a recordar ese espíritu danzante tal vez de la niñez de las figuritas con brillantina, de un buen vino con amigos del alma, las ramas ocres, amarillas y coloradas del camino de hierbas que aromatizaban el andar de a dos, las deslumbrantes aguas turquesas de aquel crucero bordado por montañas, las alas de Cupido que con su paso lo embellecen todo… “¿Quiénes son esos que vienen al sacrificio?” “La belleza es la verdad; la verdad es la belleza; y esto es todo lo que sabes en la Tierra y todo lo que necesitas saber”. (John Keaths- Oda sobre una urna griega.) Cuando el ser danza, su espíritu se transporta muy lejos, hasta su primer suspiro, hasta el primer latido del Universo, hasta cuando fue libre un instante frente a la consagración de su cuerpo, cuando el ritmo, la cadencia y la melodía eran el sonido de su alma, cuando se dejaba mover, sin oponer resistencia por manos invisibles disfrazadas de viento o de brisa de mar, cuando se perdía primero, para encontrarse después en los brazos del amante, cuando podía percibir el eco de la hoja que caía al vacío, la piedra en el agua, cuando mirando al Cielo imitaba la geometría de los astros celestes con sus cuerpos danzarines, y se ofrendaba en esa danza a sus Dioses, en un éxtasis místico, contemplativo y sagrado. Cuando aparece esa Energía vital, la alegría porque sí y a pesar de todo, cuando no dejamos que ingresen esos impulsos agresivos, violentos, enojosos, y permitimos que la música nos haga de vehículo para transportarnos por tiempos y espacios, amores, caricias, pasiones y ternuras, es que esos impulsos se propagan de los Centros Superiores a los inferiores, a lo que suele llamarse coloquialmente “cuerpo” y viceversa, en una total sintonía con el Universo. ANIMATE. Liliana Marcela Pérez Villar lilianamperezv@gmail.com Fb: https://www.facebook.com/Anamcara-Centros-de-Energ%C3%ADa-51043297182/