martes, 15 de septiembre de 2009


Cuando nos mudamos a esta casa hace unos casi 6 años atrás, la única recomendación que me dieron fue:
“No vayas a guardar nada en la baulera que está arriba, porque lo que pongas ahí, ahí va a quedar”. “Es muy bajita y hay que entrar casi arrodillado”. “Nosotros ni nos acordamos lo que hay adentro”. Me aseguré de seguir su consejo en los primeros tiempos. Juntando coraje, hasta nos metimos por turno, para vaciarla y para descartar lo que fuera posible, ya que había literalmente “DE TODO”. Habíamos Acordado que tiraríamos lo que quisiéramos, sin consultarlos. Para nuestra sorpresa, junto con tachos de pinturas paleozoicos, maderas, ladrillos, cajas, cuadros, jaulas, frascos, diarios y lo que la imaginación no llegaría nunca a soñar siquiera, empezaron a aparecer cuadros y fotos familiares. Verdaderamente y con el respeto que merece, las apartamos entre carcajadas y curiosidad, y los llamamos por teléfono para pedirles que vinieran a ver si las tirábamos o no. Una cosa es tirar trapos y otra, muy distinta, a los pobres ancestros estelares. Lo curioso fue que cuando nos juntamos, no tenían ni la menor idea de quiénes eran los retratados, ni los fotografiados, pero eso sí, parecía un museo. Fue muy gracioso, porque decían cosas como: “Me parece que esta es una hermana de mi mujer tomando la comunión”. Ante mi pregunta de “¿Qué hacemos con todo esto?” La respuesta fue: “No tengo la menor idea”. Les pedí que decidieran ellos y terminaron llevando kilos y kilos de objetos en su auto, cuyo destino final ignoro, pero imagino.
Llegamos a despojarnos de casi todo, y al poco tiempo, ya estaba llena de nuevo. Esta vez, con cosas nuestras. Todo bicho que camina va a parar a la baulera. Nos prometimos no ocuparla, o al menos, dejar vacía la entrada, como para poder entrar y al menos “ver qué hay”. No lo logramos. Mil veces la vaciamos y otras mil la llenamos. Manguera, macetas, cuadros y fotos (pero de nuestra familia, creo), lámparas viejas, estantes, “el arca de Noé” versión baulera. Pero esta, en lugar de salvarnos, nos va a hundir cuando se nos caiga encima. Los únicos que la disfrutan son los pintores o albañiles que viven saqueándola. Llegan con un bolsito de mano y se van con valijas. Una especie de traficantes de baulera.
Leyendo el blog de Rosh Hashaná de hace 15 días, antes de sentarme a escribir como verán, atrasada, (justificado por seminario), la imagen de la baulera apareció de la nada. Rosh Hashaná, TIEMPO DE HACER LIMPIEZA, LAS COSAS PENDIENTES DEL PASADO, SACAR LAS FALLAS DE LO OCULTO, PURIFICAR.
¿Cuántas cosas guardadas, amontonadas, apiladas y en desuso hay en nuestros corazones, nuestras vidas, nuestras almas? En las bauleras afectivas de nuestras relaciones, en las emociones, rencores, resentimientos y también recuerdos amorosos, felices, alegres… Situaciones que quizás…ni recordemos con exactitud lo pasado o apenas tengamos vagas imágenes de esta o aquella situación o persona…dolores atesorados con cerrojo, broncas con candado, mal llamados amores enjaulados, pesadillas momificadas, venganzas arrinconadas, promesas rotas, ilusiones que agonizan, anhelos desmayados, pasiones muertas o desviadas, sueños aniquilados…”un TACHO DE BASURA EMOCIONAL” y otro “TACHO DE RECUERDOS MARAVILLOSOS DE NUESTROS AÑOS FELICES”, yes, THE WAY WE WERE. Por suerte estamos en tiempos de reciclar la basura, de lo contrario, mezclaríamos todo en el mismo tacho. ¿Y si aprovecháramos este tiempo que la comunidad judía celebra, este Rosh Hashaná, para vaciar, limpiar nuestras bauleras personales? ¿Si nos decidiéramos definitivamente a despojarnos? Si, reciclar los tachos. O sea, este rencor, que no me acuerdo ni a qué se debe, (o sí), ¿Tiene sentido HOY en mi vida? ¿Necesito seguir guardando esta vengancita en este rinconcito, que sólo ocupa espacio innecesario y no me deja lugar a lo nuevo? ¿Esta jaulita tan aparentemente ingenua, a quién tiene prisionero/a? ¿No será a mi, no? ¿Y si empezamos a abrir cajones, ventanas, puertas, levantar piedras, cuadros, imágenes, fotos internas, para que entre el sol, para que entre un golpe de aire fresco a nuestras vidas? ¿Si nos animamos a salirnos de esas cadenas que nos atan el cuello, pero que ni siquiera están cerradas? ¡¡¡SÍIIII, nos quedamos voluntariamente!!! ¿Si nos decidimos a ver, realmente ver, pero digo ver, eh, con los ojos, los del alma y los del corazón, cómo está nuestra baulera de la vida? ¿Si nos comprometemos a revisar lo que es y lo que no es, lo que ha dejado de ser esencial o lo sigue siendo, lo que carece de sentido o no, lo que nos enamora o nos esclaviza, lo que es excusa y justificación de lo que nos hace vibrar? Cuando amontonamos indiscriminadamente de todo por no tomar a tiempo las decisiones debida, no dejamos espacio para que la vida nos sorprenda con lo que nos hace volar. Nos vamos con-formando y no nos vemos. Nos perdemos de vista. Ya no paramos para preguntarnos si estamos viviendo de acuerdo a nuestro sentir más leal o si sólo repetimos como burros de noria, lo que aprendimos de papá y mamá, abuelos, bis y tátara abuelos, lo que de chicos nos dijeron que teníamos que ser y hacer, en el colegio, la Fac., etc. Nunca es tarde para ser feliz. Para ser fiel a lo que sentimos. Podemos elegir. Cerrar la puerta de la baulera, con todo adentro o abrir la puerta, entrar… ¡Y, en mi caso, de rodillas!, revisar, rescatar, despojarse, elegir, limpiar, actualizar, soñar… No sé a usted, no sé tú, (diría Luismi), pero a mi, no me gustaría preguntarme dentro de 20 años: “¿Y este…quién es? (dentro de mi alma). Una cosa es lo importante, otra lo fundamental, y otra lo imprescindible.
Limpieza y aire fresco para todos. Y ¡SHANÁ TOVÁ!
Liliana Marcela Pérez. Villar